Superado el primer
trimestre, con toda su sintomatología
característica y sus temores (somnolencia,
retraimiento, náuseas y vómitos,
mareos, miedo a la interrupción del
embarazo), estamos aún lejos del momento
del parto.
Entramos en un período de relativa calma,
en el cual los sucesos relevantes son la notoriedad
que adquiere la panza por su crecimiento y, más
tarde, la percepción de los primeros movimientos
fetales.
La panza
La panza, algo muy ansiado, puede producir sentimientos
contradictorios. Por un lado, sentimientos positivos:
es un legítimo motivo de orgullo. Revela
tu capacidad de procrear, de ser madre. Ha llegado
el momento de estrenar la ropa de futura mamá.
No hay duda de que se trata de un embarazo y no
gordura (algo que preocupa al comienzo del embarazo).
No es un atraso menstrual o un análisis positivo:
es una presencia ostensible, una realidad.
Pero por el contrario, el
cambio del esquema corporal puede producir algunos
sentimientos negativos: temor a la deformación
del cuerpo y que ésta sea permanente, temor
a la pérdida del atractivo sexual.
Para aquellas mujeres que sienten a la sexualidad
como algo culposo y reprochable, esto puede ser
motivo de vergüenza. El embarazo es la prueba
de que han tenido relaciones sexuales.
La cultura ha evolucionado hacia una aceptación
más sana de la sexualidad de la mujer.
La moda ha acompañado este cambio. Antiguamente
las mujeres se fajaban o utilizaban vestidos amplios
que disimulaban el embarazo. Hoy la ropa tiende
a marcar y exhibir el cuerpo de la embarazada.
Los movimientos fetales
Con impaciencia has esperado
los movimientos fetales. Ellos convierten la idea
del embarazo en una representación del bebé
por nacer. Su presencia es certeza de vida. Comienza
ahora una relación más íntima,
una comunicación más fluida entre
tú y tu bebé. Difícilmente
volverás a sentirte sola.
Muchos interrogantes surgen. ¿Por qué
se mueve? ¿Cuándo se mueve? ¿Le
pasará algo? ¿Estará incómodo?
¿Lo estaré molestando con mi posición?
¿Estoy haciendo algo que lo perjudica? Tratarás de establecer alguna relación
entre algo que hayas hecho y los movimientos de
tu bebé. Buscarás encontrarles un
sentido, pero lo que más te importa es saber
que el bebé está ahí.
Estos movimientos, de ser algo grato y placentero,
a veces pueden volverse molestos. Por ejemplo, cuando
aparecen durante las relaciones
sexuales, o durante el descanso. Pero cuando
tu hijo esté demasiado quieto, sin querer
te preocuparás. Estarás siempre en
actitud expectante, esperando los movimientos. A
través de ellos buscarás reconocer
sus partes: el pie, la mano, la cabeza.
La mamá se dirige a
su hijo con una caricia, una palabra, conformando
una imagen fantaseada del hijo. Esto estimula
un desarrollo más intenso del vínculo
entre ambos.
La participación del papá en cuanta
ocasión sea posible, haciéndole
sentir los movimientos, compartiendo la alegría
que ellos producen, es muy importante y positivo.
Consolida la relación entre padre e hijo.
Vivir en pareja las emociones que esto genera
contribuye a la unión de los padres y al
establecimiento de las bases de la función
padre.
Temores
Junto a la percepción de los movimientos
del bebé aparecen ciertos temores ligados
a la responsabilidad –que crece junto al
embarazo–. ¿Seré buena
madre? ¿Seré buen padre? ¿Tendrá
algún problemita?
Toda mujer los enfrenta en algún momento.
Su intensidad dependerá de tu personalidad,
de tu historia personal, de tu madurez, de experiencias
previas, de tu ámbito familiar, etc. La
posible existencia de sentimientos inconscientes
de culpa.
Los médicos sabemos que la proporción
de embarazos con problemas es muy baja. Sin embargo
es casi universal la aparición de estos
temores en algún momento del segundo trimestre
de la gestación, y tal vez habrás
pensado: “si se pudiera hacer una ventanita
para verlo”.
Para que estas fantasías no te generen
angustia es fundamental una buena relación
con tu obstetra. Es necesario el diálogo
fluido y la confianza que te generen los profesionales
que te asisten para contener tus miedos.
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