Para ponerle límites a un niño
que suele pegar o morder, primero hay que
saber que es lo que lo induce a portarse así.
Según cual sea la motivación,
la estrategia cambia.
De lo que se trata es de utilizar el sentido
común y armarse de paciencia.
La
edad de las rabietas
A los dos años, los chicos están
inmersos en la llamada edad de las rabietas, y
esto significa que sus estado de ánimo
es muy voluble. En esta fase, se enojan y enfurecen
enseguida cuando no consiguen lo que quieren,
ya sea por culpa de otros o por sus propias limitaciones.
Como todavía tienen dificultades para comunicarse
con fluidez, no es extraño que utilicen
manos, uñas y dientes para manifestar su
enojo a los demás. No se debe reprimir
los sentimientos de ira o frustración.
Lo que sí hay que hacer es censurar esa
manera inadecuada de expresarlos. Algunas agresiones
se pueden prevenir fácilmente. Si notamos
que el niño está realmente enojado
o a punto de atacar, no esperemos a que comience
a los golpes para actuar. Antes tendríamos
que ayudarlo para que se calme, restándole
importancia al asunto y procurando distraerlo
con otra cosa.
Otro caso es cuando los niños se dan cuenta
que sus agresiones son un medio eficaz para llamar
la atención.
Los chicos de dos años
son egocéntricos por naturaleza y disfrutan
sintiéndose el eje de las miradas. ¿Y
que mejor forma que agrediendo a otro niño?
Si sospechamos que nuestro hijo está buscando
notoriedad al agredir, lo que habría que
hacer es justo lo contrario a lo que espera. Si
vuelve a golpear debemos procurar ignorarlo y
desviar todo el interés hacia el otro niño.
Por el contrario amenazándolo o retándolo,
él vería cumplido su objetivo y
nosotros estaríamos reforzando aquello
que pretendemos evitar. En algunos casos puede
ser que el pequeño se sienta desatendido
y esa actitud sea una forma de reclamar mayor
cuidado y dedicación. En estos casos siempre
se debe responder a esa demanda, ya sea, jugando
con el, dándole muestras de cariño
entre otras cosas, pero no como respuesta a sus
agresiones sino en cualquier otro momento del
día.
Está aprendiendo a relacionarse con los
otros y a menudo no sabe como comportarse.
Aunque busca la compañía
de otros niños, aún, ni sabe jugar
en común, ni compartir, ni ponerse en el
lugar del otro, lo cual dificulta estas primeras
relaciones sociales y origina continuas disputas.
La falta de soltura lingüística es
una gran limitación. Los padres en este
caso deben supervisar sus juegos, intermediar
si se pelean, pacificar al que se irrita y amonestar
al que pega. Si se obstina en agredir no habrá
mas remedio que separarlo del grupo y al día
siguiente darle otra oportunidad.
Siempre que el niño haga daño, los
padres deben dejar en claro que no toleran esa
reacción.
Cómo actuar
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Inmediatez
Cuanto mas pequeño sea, más importante
es llamarle la atención en el acto. Es
absurdo retarlos diez minutos después
de la agresión.
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Claridad
Hay que ser breves y no irse por las ramas.
Lo ideal es un rotundo: “no quiero que
vuelvas a pegar”.
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Firmeza
No hace falta gritar ni perder los estribos.
Basta con mostrarse serios y convencidos de
lo que decimos. Si en el fondo nos hace gracia
su comportamiento, el mensaje es equívoco.
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Coherencia
Por muy mal que se porte, no le demos nunca
un golpe. Hay cientos de razones en contra;
una de ellas es que no tiene sentido pegarle
para enseñarle que no debe pegar.
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Constancia
Retarlo de vez en cuando no sirve de nada. Al
contrario, genera confusión. Cada vez
que vuelva a agredir y tantas veces como sea
necesario se le debe repetir la misma idea:
“No debes pegar”.
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