Tercer trimestre: cambios en la mamá


Con la llegada del séptimo mes comienza el último tramo del embarazo: el más difícil psíquica y emocionalmente. El parto se hace día a día una realidad tangible e ineludible. Aumenta la inquietud y surge el miedo. La pregunta es constante y casi rutinaria: ¿dolerá?

Otros interrogantes acosan a menudo a la embarazada a esta altura de los acontecimientos: ¿me daré cuenta a tiempo de que estoy en trabajo de parto? ¿Saldrá todo bien? ¿Nacerá un bebé normal?
Aparecen nuevas molestias físicas debido al volumen del abdomen, a la retención de líquidos, a los movimientos más intensos del bebé, etc. El descanso se hace más difícil produciendo desgano y cansancio diurno.
Se suma a este estado de cosas la impaciencia por tener al bebé y el temor al parto. A veces el tiempo parece no pasar, comienza la cuenta regresiva. Se fantasean momentos o fechas para el parto. Se teme un posible retraso en el nacimiento y a veces se ansía que se adelante.

Sentimientos encontrados
El parto produce sentimientos encontrados: se desea y se teme a la vez.
El deseo está alentado por la fantasía de conocer al bebé, poder verlo y tocarlo, poder comprobar que es sano y lindo como tantas veces se lo ha imaginado. También se desea el parto porque luego de él todo retornará (en lo físico) a la normalidad, cesando las molestias que a esta altura del embarazo presenta la futura mamá.
El temor se alimenta en la idea de que se perderá algo muy valioso, de lo que fue dueña exclusiva: el bebé que una vez afuera del vientre materno será necesariamente compartido.
El temor al dolor y a lo desconocido (cuando se trata del primer embarazo) son imposibles de evitar. Preocupa y angustia la idea de no saber comportarse durante el parto.

Es la ocasión propicia para realizar los últimos preparativos hogareños para la recepción del bebé. Realizar las últimas compras, preparar el bolso para la internación, visitar a las amigas, reunirse con su mamá.
Aumenta la frecuencia de las visitas al obstetra. Es el momento ideal para plantear todas las dudas que queden. La embarazada en este momento necesita mucha atención, contención y paciencia por parte de los profesionales que la asisten.
Se incrementa la labilidad e inestabilidad emocional. Pueden presentarse irritabilidad y depresión (aún sintiéndose bien afectivamente).
Una mirada frente al espejo puede crear confusión: por un lado se ve orgullosa como embarazada, con esa enorme panza. Por otro lado se ve fea como mujer, toda “gorda” y “deformada”.

Nada nos asegura cómo estará nuestra protagonista luego del parto. Es frecuente que quienes peor han soportado la exigencia emocional del embarazo, sean quienes mejor se adaptan al posparto. Por el contrario, muchas que se enorgullecían de no haber tenido problemas emocionales, hacen crisis luego del nacimiento de su bebé. Felizmente, la mayoría responde con ese tan preciado “término medio”: la pasan bastante bien antes y después del parto.

Luego de un trimestre sexualmente satisfactorio, disminuye el deseo sexual al final del embarazo por la incomodidad que representa tener relaciones sexuales “con toda esa panza” (y el involuntario testigo de la intimidad conyugal que está en su interior). Puede sentirse temor de dañar al bebé o producir un adelanto del parto.
Cada mujer deberá crear su propio modelo de madre, conjugando sus deseos y necesidades, tomando como base el modelo original de madre (la que sólo se dedica al hogar y los hijos) y el modelo actual (La mujer que trabaja y produce desempeñando actividades fuera del hogar).
Toda vez que sea posible, trata de integrarte a un grupo de psicoprofilaxis o preparación para la maternidad. Invita a tu marido a que te acompañe, para que comparta desde antes del nacimiento la responsabilidad y el orgullo de tener un hijo.
Si te sientes agobiada por problemas afectivo-emocionales, consulta a tu obstetra. Si él no puede encarar la situación por su cuenta, seguramente te recomendará un profesional que te ayude a elaborar tus conflictos.

 

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